Cómo 2020 dejó de ser el año de la bañera robótica y del papel higiénico automatizado para convertirse en el año de la incertidumbre.
Marta García Aller, periodista y escritora, estuvo en los Días C 2020 para hablar de lo imprevisible, de lo que la tecnología quiere y no puede controlar. Algo que viene ocurriendo desde hace años, y que se ha acelerado con la pandemia.
Inició su exposición aludiendo a la difícil situación que nos ha tocado vivir, sin que nadie pudiera haberlo imaginado. “La era de la predictibilidad técnica se ha convertido en la era de la incertidumbre. Sin embargo, la incertidumbre llegó mucho antes que el covid. Es cierto que tiene que ver con el virus, pero también con el cambio tecnológico”, recalcó.
Dijo que uno de los hilos conductores de nuestra época es saber cuánto de lo que nos rodea se puede prever. Y que, como nos ha tocado vivir algo que no imaginábamos, estamos atemorizados. “Lo imprevisible no es lo que las maquinas no pueden prever, es aquello que no podemos imaginarnos”, apuntó a este respecto.
Contó que de pequeña imaginaba el año 2020 como un año en el que conviviríamos con robots. Y que un libro de la época lo describía con una bañera robótica. “¿Como íbamos a saber”, se preguntó, “que 2020 no iba a ser el año de los robots sino el de los médicos que tuvieron que fabricarse batas para luchar contra el virus? Hay muchas cosas que no podemos prever”.
Recordó entonces el hecho curioso de que durante el confinamiento se agotaran artículos como el papel higiénico, la harina o la levadura. Y bromeó con la idea de que hace años hubiéramos pensado en que hoy pudiera existir un dispensador de papel higiénico automatizado.
Lo previsible
Continuó su relato diciendo que hoy en día entre las cosas más previsibles están los viajes. “En los viajes ahora lo difícil es perderse porque tenemos aplicaciones como Google Maps. Pero si la hubiéramos tenido siempre, no hubiera existido ni Caperucita Roja”. En este sentido, también habló del afán que siempre hemos tenido los humanos por predecir el futuro. “Los oráculos ahora son Siri, Alexa… voces a las que pedimos respuestas que nos anticipen. Creamos una ilusión de control en torno a los datos”.
También apuntó que otra de las cosas que son capaces de prever los algoritmos son los gustos. “Con el rastro que dejamos en internet es fácil. Los datos revelan nuestros gustos y nuestros miedos, donde somos influenciables. Un poder que está concentrado cada vez en menos manos. Algo que resulta inquietante”, comentó. Y en este punto señaló que uno de los retos que nos crea el mundo de los datos tiene que ver con la privacidad. “Por mucho que los datos sean infinitos, no lo es la capacidad del cerebro humano”, afirmó. Y para ello expuso el ejemplo de un experimento con mermeladas que se hizo hace un par de décadas, que vino a demostrar que cuando el consumidor se encuentra con demasiadas opciones puede llegar a saturarse y no comprar. Explicó que esto es algo que hoy en día trata de evitarse con la ayuda de los algoritmos, que supuestamente nos guían para que no nos saturemos. “Los algoritmos actúan como un Almax de la incertidumbre. Pero la realidad es que no trabajan para nosotros sino para la empresa que lo ha programado. Ese es el gran engaño o ingenuidad”.
Aludió también al hecho de que cada vez podemos medir más cosas. “Incluso hay programas que permiten predecir el comportamiento humano”. Y puso varios ejemplos, como los sistemas de predicción que se utilizan en EEUU para saber qué probabilidad tiene una persona de reincidir en un delito, para darle o no la libertad condicional; la posibilidad de predecir crímenes machistas, por conversaciones telefónicas o comportamientos online, e incluso la probabilidad de que se produzcan incendios forestales.
Cada vez, más incertidumbres
Sin embargo, dijo que, paradójicamente, en la era de la predictibilidad de los algoritmos, cada vez tenemos más incertidumbres. “No hace mucho hubo una controversia por la posibilidad de que un premio de poesía se le hubiera otorgado a un robot”, apuntó. Mostró entonces un cuadro que recordaba a Rembrandt. Explicó lo había pintado una máquina de Microsoft que había sido entrenada mostrándole todos los Rembrandt de la historia. Y añadió que también se ha entrenado a los algoritmos para escribir versos como Shakespeare, informaciones de bolsa, crónicas deportivas…. “Lo que una maquina hace es previsible porque está programada para cumplir un objetivo. La creatividad, en cambio, siempre tiene algo que se sale del guion, que conmueve”.
Y es que los algoritmos aprenden de las rutinas, repiten parámetros ya aprendidos. “En el trabajo los algoritmos acabarán haciendo las tareas más rutinarias y previsibles. Pero no sabemos cuáles serán las profesiones del futuro. Las rutinas son automatizables. Es en lo imprevisible donde está el futuro del trabajo humano”.
Sin embargo, comentó que hay muchas cosas que no entienden todavía los robots. “Somos la única especie que nos podemos permitir ser estúpidos. El éxito también es muy complicado de predecir. Ni con todo el big data del mundo es posible anticiparlo”. Y en este punto citó el caso del empresario que se hizo millonario hace unos años vendiendo piedras (Pet rock). “Un ejemplo del éxito impredecible”.
Para finalizar, García Aller dijo que lo que nos separa realmente de las maquinas es el sentido del humor. “Los algoritmos todavía no son capaces de diferenciar un chiste de un refrán. Detectan el odio en las redes, pero no el humor, una de las armas más potentes de seducción del ser humano. La ironía, por tanto, puede ser la última salvación”, señaló.
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