Hernán Casciari es editor y escritor. Pero sobre todo un experimentado contador de historias. Y así lo demostró en su ponencia del Día C 2024, con dos relatos de juventud que ensimismaron a la audiencia.
Pero antes de ello, hizo una pequeña introducción en la que, a propósito del concepto de este año, ‘Irremplazables’, dijo que por mucho que evolucione la IA, “siempre habrá dos cosas que una máquina no podrá sustituir: la maldad y la incertidumbre. Dos cosas de las que, precisamente, nace la creatividad”. Y que fueron el eje de las historias que a continuación comenzó a narrar.
La primera de ellas fue sobre las bromas telefónicas que, junto a un amigo, hacía cuando era pequeño. “En la escuela había un compañero que vendía números de personas que entraban en el juego. Y la palabra clave que les hacía saltar… Pero nos fuimos aburriendo de hacerlo. Eran voces enojadas que no tenían rostro”. Hasta que un día el amigo se inventó la broma telefónica presencial, en la que podrían ver la cara de la víctima. “Éramos oficinistas de la broma telefónica”.
Contó la broma que le gastaban al propietario de un establecimiento de limpieza de alfombras, situado al otro lado de la calle. Le llamaban todos los días, justo en el momento en que estaba a punto de echar el cierre; lo que le hacía volver a abrir para coger el teléfono. Momento en que le colgaban sin decir nada. Todo iba bien, hasta que un día ‘la víctima’ se compró un teléfono inalámbrico. Ya no necesitaba volver para responder a la llamada. “Nos dimos cuenta de que la tecnología había acabado con la creatividad”. Pero, poco después, el inalámbrico llegó también a casa de Casciari. Allí se les ocurrió hacer conversaciones pornográficas entre ambos, escuchadas por un tercero. “Cuando hay un espectador empezamos a crecer como creativos. Nunca nadie nos colgó. Era radioteatro para un solo espectador. Nos creímos dioses, insuperables… Hasta que hicimos la broma que nunca debimos hacer”.
Maldad creativa
Surgió a partir de una competición para ver quien aguantaba más la conversación. Tenía que superar el tiempo de la llamada de su amigo para poder ganar. “Entró en mi cabeza la pulsión de la maldad creativa”. Y fue cuando, hablando con una anciana, decidió hacerse pasar por su hijo, Daniel, al que no veía desde hace mucho tiempo. Le dijo que había regresado a la ciudad y que se iba a acercar a verla. Llegó a pedirle que le hiciera unos canelones para cenar. Unos canelones que nunca llegaría a probar. “Sabíamos que habíamos sido creativos, pero también que nuestra adolescencia iba durar hasta que se enfriaran los canelones de Daniel”.
De aquello aprendieron que “el humor, si no le hace daño a nadie, no funciona”. Y, volviendo a lo comentado en su introducción, Casciari añadió, “una cosa que no tiene la IA es la maldad necesaria para generar cierto tipo de humor. Tampoco tiene incertidumbre, algo de lo que los argentinos sabemos mucho”, comentó. Una afirmación con la que dio paso a su segunda historia.
Contó que, de jóvenes, él y su amigo no hacían nada. “Todo lo dejábamos para más adelante. También los estudios…”. Ellos soñaban con ir a Buenos Aires a estudiar Publicidad, pero los padres no podían pagarlo. Lo que les generó mucha incertidumbre. Hasta que a su madre se le ocurrió enviarlos al piso que una amiga tenía en la capital. El primer día allí se gastaron todo el dinero que llevaban… De nuevo, incertidumbre absoluta… Contó como en la primera noche en el piso notó que una corriente de aire le llegaba al cuello por una ventana que no terminaba de cerrar. Y decidió intentar arreglarla. Un intentó que desembocó en una escena hilarante en la que su amigo terminó vomitando al verlo sangrar abundantemente como consecuencia de un corte profundo en la mano que se hizo intentando arreglar la ventana.
Casciari concluyó su exposición diciendo: “Maldad e incertidumbre. No hay IA que nos pueda superar”.